Sin palabras y sin esperanza

Tal y como sostiene un alto dirigente del PP, lo único que realmente funciona en el partido -y si me apuran incluso en España- es el momento en el que el presidente del Congreso dice «comienza la votación» y sus 186 diputados pulsan el botón verde para aceptar las leyes del Gobierno o el rojo para rechazar las iniciativas de la oposición. Aparte de ese enorme poder, el PP ha perdido en casi año y medio de gobierno otras cosas menos tangibles, pero muy importantes.

El PP ha perdido la palabra y la esperanza, encerrándose en el silencio de sus sedes vacías. No queda rastro de su prestigio como buen gestor de la economía y la honorabilidad de sus dineros está en manos de la Audiencia Nacional. Cercado por todos los problemas posibles -la crisis que no cesa, los desahucios, los ERE, la corrupción- el PP guarda silencio porque no sabe qué decir. Ni sabe cómo explicar que su tesorero tuviera 38 millones en Suiza ni acierta a dar razón y sentido a esos 400.000 españoles que irán al paro este año. El PP no se había preparado para esto y aparece ante los ciudadanos como un partido desnortado cuyos dirigentes se limitan a tirar de argumentario cuando deben dar cuentas ante la opinión pública.

Los partidos suelen mimetizarse con el líder. Se vuelven hacia él como los girasoles hacia el sol, de donde les viene la vida. El PP aprendió a interpretar los silencios de Aznar. Cuando Mariano Rajoy fue elegido líder, sus conocidos ya advirtieron: «Si creíais que Aznar no hablaba, ahora os vais a enterar de lo que es un tío que no habla». Se enteraron, en efecto, y ya se han acostumbrado. El PP ni se molesta en interpretar los silencios, ni las ausencias, ni los vacíos de su presidente. Los asume con fatalismo y sin rechistar. Cuando reaparece, le aplauden y en paz.

Los dirigentes del PP, por lo menos la mayoría, no son tontos. Saben, sobre todo los que viven en casas sin blindaje ni vigilancia ni muros ni garitas, que la gente les ha dado la espalda y que carecen de capacidad para paliar el inmenso dolor que la crisis está causando en la sociedad. No saben qué hacer, ni qué decir, ni con qué cara presentarse delante de sus vecinos. Sólo pueden cenar con los amigos con la condición de no hablar de política. De otro modo, prefieren quedarse en casa, desde donde siguen oyendo el incesante rumor de la calle.

Mañana miércoles, los miembros de la Junta Directiva Nacional acudirán a la convocatoria de Rajoy y le aplaudirán. Diga lo que diga. Los periodistas volverán a ver al presidente del Gobierno a través de una televisión. Siempre fue así, desde la época de Aznar. Aunque ahora a todos nos parece extraño. Rajoy no lo entiende. Si es lo mismo que lleva haciendo desde el año 2003, cuando fue elegido presidente. Quizá no se haya dado cuenta de que esta crisis lo ha cambiado todo. O tal vez sí lo sabe y está tan asustado que no quiere ni pensarlo.